FASCISMO: CAPITALSIMO EN DECADENCIA


El boomerang imperial, o boomerang de Foucault, es la idea de que las prácticas opresivas de los Estados Imperialistas en sus colonias serán eventualmente utilizadas internamente contra sus propias poblaciones. La rigor mortis del imperio Estadounidense pone en riesgo la seguridad internacional al exponer su rostro abiertamente fascista, oligárquico e imperialista. Tras la toma del poder de la tecno-oligarquía liderada por Trump, Vance y Musk, La “tierra de los libres” demuestra ser poco más que una megacorporación de apologistas reaccionarios cuyo objetivo es enriquecerse a costa de los derechos fundamentales de los pueblos. Cuando las contradicciones fundamentales del Gran Capital comienzan a desenvolverse, primero despacio y luego súbitamente, los líderes se vuelven más extremos, las guerras más comunes y la opresión más potente.
La libertad en la sociedad capitalista siempre sigue siendo más o menos la misma que en las antiguas repúblicas griegas: libertad para los esclavistas. -Vladimir Ilích Ulyanov (Lenin)

FASCISMO: CAPITALISMO EN DECADENCIA
Ricardo Fuentes Lecuona - Editor General
Hace más de 100 años lo dijo Lenin, en su obra El imperialismo, fase superior del capitalismo (1916), que el capitalismo habría de entrar en una fase de decadencia, caracterizada por la concentración del capital en monopolios, la exportación de capitales a países menos desarrollados y la competencia interimperialista por el control de mercados y recursos.
En este contexto, el fascismo puede verse como una reacción de las clases dominantes ante la incapacidad del sistema capitalista para resolver sus contradicciones internas. Cuando el capitalismo enfrenta una crisis profunda y las masas trabajadoras comienzan a organizarse y a desafiar el orden establecido, la burguesía recurre a medidas extremas para preservar su poder. El fascismo, en este sentido, es una forma de contrarrevolución preventiva.
El fascismo utiliza el nacionalismo extremo, el racismo y la represión violenta para dividir a la clase trabajadora, destruir las organizaciones obreras y consolidar el control del capital sobre la sociedad. Además, el fascismo canaliza el descontento popular hacia chivos expiatorios (minorías étnicas, religiosas o políticas) en lugar de permitir que se dirija contra el sistema capitalista en sí.
Una de las contribuciones clave del análisis leninista es la idea de que el fascismo no es simplemente un movimiento "irracional" o "populista", sino que tiene un respaldo material y económico. En Alemania e Italia, por ejemplo, el fascismo recibió el apoyo de sectores clave de la burguesía, incluyendo industriales, banqueros y terratenientes, quienes vieron en el fascismo una forma de aplastar a la izquierda revolucionaria y restaurar la rentabilidad del capital.
Lenin habría argumentado que el fascismo no es una ruptura con el capitalismo, sino su expresión más brutal y concentrada. Al destruir las conquistas democráticas y los derechos laborales, el fascismo crea las condiciones para una explotación más intensa de la clase trabajadora, beneficiando a los sectores más reaccionarios de la burguesía.

En las últimas décadas, Estados Unidos ha sido testigo del surgimiento de una nueva clase de oligarcas, provenientes no de la industria tradicional o de los recursos naturales, sino del mundo digital y tecnológico. Figuras como Mark Zuckerberg (Facebook/Meta), Jeff Bezos (Amazon), Bill Gates (Microsoft) y Elon Musk (Tesla, SpaceX) encarnan esta nueva élite, cuyos imperios se han construido sobre la base de la monopolización tecnológica y la explotación de recursos minerales en el sur global. Sin embargo, su influencia no se limita al ámbito económico; estos magnates han extendido su poder al terreno político, cultural y social, transformándose en actores clave en la configuración del régimen americano.
Sin embargo, su influencia va más allá de lo económico. A través de sus plataformas, estos oligarcas controlan el flujo de información, influyen en las elecciones y moldean la opinión pública. Esta concentración de poder ha demostrado que estas empresas se han convertido en una especie de "gobierno paralelo", con la capacidad de tomar decisiones que afectan a sociedades enteras, sin rendir cuentas a nadie.
Uno de los aspectos más controvertidos del ascenso de estos oligarcas ha sido su relación con el régimen de Donald Trump. Aunque muchos de ellos, como Zuckerberg y Bezos, provienen de un entorno culturalmente liberal y han expresado posiciones progresistas en temas como la inmigración o el cambio climático, no han dudado en pactar con el trumpismo cuando ha sido conveniente para sus intereses.
Uno de los ejemplos más claros de esta sumisión ideológica fue la decisión de Google de cambiar el nombre del Golfo de México a "Golfo de América" en sus mapas, una medida que fue interpretada como un gesto de apoyo a la política exterior de Trump en la región. Este cambio, que borra una denominación histórica y geopolíticamente significativa, fue visto como un intento de alinearse con la narrativa del gobierno estadounidense, que busca combatir su creciente inseguridad en el mundo geopolítico a través de medidas irracionales.
El ascenso de los oligarcas de Silicon Valley no es un fenómeno aislado, sino una expresión más de las contradicciones inherentes al sistema capitalista en su fase actual. Su poder no es simplemente económico, sino que apunta a la esfera política, cultural y social, consolidando una nueva forma de dominación de clase. Sin embargo, como lo enseñó ya Marx, cada forma de dominación genera su propia contradicción.
La oligarquía tecnológica, al concentrar el poder en unas pocas manos y alinear sus intereses con regímenes reaccionarios como el trumpismo, no hace más que exacerbar las tensiones de clase y profundizar las desigualdades. Su control sobre los medios de producción digitales y las plataformas de información los convierte en los nuevos señores feudales de la era digital, explotando no solo el trabajo de millones, sino también su privacidad, su autonomía y su capacidad de organización.

La relación entre Estados Unidos e Israel es una de las alianzas más estratégicas y controvertidas de la política internacional contemporánea. Desde su fundación en 1948, Israel ha recibido un apoyo económico, político y militar sin precedentes por parte de Occidente, especialmente de Estados Unidos. Este respaldo no solo ha permitido la consolidación de Israel como potencia regional, sino que también ha facilitado la perpetuación de políticas de ocupación, apartheid y genocidio contra el pueblo palestino. Para entender esta dinámica, es necesario analizar la influencia de Israel en el sistema político estadounidense y su conexión con el complejo industrial-militar, así como las implicaciones éticas y geopolíticas de esta alianza.
La influencia de Israel en la política estadounidense se manifiesta a través de múltiples canales, incluyendo el lobby pro-israelí, las contribuciones a campañas políticas y la presión sobre los tomadores de decisiones. El Comité de Asuntos Públicos Estadounidense-Israelí (AIPAC, por sus siglas en inglés) es uno de los grupos de presión más poderosos en Washington, capaz de movilizar recursos económicos y políticos para garantizar que las políticas de Estados Unidos se alineen con los intereses de Israel. Este lobby no solo influye en el Congreso, sino también en la Casa Blanca, independientemente de si el partido en el poder es demócrata o republicano.
Además, el apoyo a Israel se ha convertido en una especie de "prueba de fuego" para los políticos estadounidenses. Cualquier crítica a las políticas israelíes, por más moderada que sea, es inmediatamente tildada de "antisemita" o "antiisraelí", lo que genera un clima de autocensura y conformismo en el debate político. Este fenómeno ha llevado a que Estados Unidos vetara sistemáticamente resoluciones de la ONU que condenan las violaciones de derechos humanos por parte de Israel, bloqueando así cualquier intento de la comunidad internacional de responsabilizar al “Estado” israelí.
Israel es el mayor receptor de ayuda militar estadounidense en el mundo, recibiendo anualmente miles de millones de dólares en financiamiento para la compra de armas y tecnología militar. Este flujo de recursos no solo fortalece la capacidad militar israelí, sino que también beneficia a las empresas de defensa estadounidenses, que ven en Israel un mercado lucrativo y un laboratorio para probar nuevas tecnologías de guerra en la población civil de Gaza.
La colaboración militar entre ambos países incluye el desarrollo conjunto de sistemas de armas, intercambio de inteligencia y entrenamiento de fuerzas especiales. Esta alianza ha convertido a Israel en una extensión del poder militar estadounidense en Oriente Medio, actuando como un "gendarme" regional que protege los intereses estratégicos de Washington. Esta relación simbiótica tiene un costo humano devastador: las armas proporcionadas por Estados Unidos son utilizadas en operaciones militares que resultan en la devastación de Palestina.
La sistemática destrucción de la sociedad palestina a través de la ocupación militar, la colonización de tierras, la limpieza étnica y el bloqueo económico que se ha desarrollado durante décadas, solo es posible gracias al apoyo económico, político y militar de Occidente, encabezado por Estados Unidos. El financiamiento estadounidense permite a Israel mantener su maquinaria de guerra que es esencial para la ocupación y la represión del pueblo palestino. Además, el respaldo político de Washington en foros internacionales garantiza la impunidad de Israel frente a las violaciones del derecho internacional. Sin este apoyo, es poco probable que Israel pudiera sostener su política de apartheid y expansión colonial en los territorios ocupados.

El fascismo americano no es una copia exacta de los regímenes fascistas del siglo XX, sino una adaptación a las condiciones del capitalismo globalizado y la era digital. Sus tres ejes—el chauvinismo y el imperialismo, la oligarquía del Big Data y la alianza con Israel—son expresiones de un sistema que prioriza el poder y el beneficio económico sobre los derechos humanos y la justicia.
La lucha contra el fascismo americano no es una tarea fácil, pero es una tarea necesaria. Como enseñó Marx, la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases, y en esta lucha no hay lugar para la neutralidad o la indiferencia.
Frente a un sistema que prioriza el poder y el beneficio económico sobre la vida y la dignidad humana, nuestra respuesta debe ser clara y contundente: organización, conciencia y acción revolucionaria.
Esta lucha no puede ser llevada a cabo de manera aislada; debe ser una lucha global que una a los trabajadores, los pueblos indígenas, las comunidades racializadas, las mujeres, los migrantes y todos los sectores oprimidos en un frente común contra la opresión.
Solo a través de la solidaridad internacional y la construcción de alternativas concretas podremos derrotar al fascismo americano y construir un mundo en el que la justicia, la igualdad y la paz no sean privilegios de unos pocos, sino derechos de todos.
En palabras de Marx, "los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diversos modos; de lo que se trata es de transformarlo". Hoy, frente a los desafíos del fascismo americano, esa transformación es más urgente que nunca. La historia nos llama a actuar, y el futuro depende de nuestra capacidad para responder a ese llamado con valentía, determinación y esperanza.
Al fascismo no se le derrota en una elección, o en un debate. Al fascismo se le derrota con la acción colectiva y la bayoneta.

LA NEGOCIACIÓN DE LA SOBERANÍA NACIONAL
Ricardo Fuentes Lecuona - Editor General
Desde el inicio del segundo término de Donald Trump como Presidente de los EEUU, la soberanía nacional mexicana se ha encontrado bajo la sombra de una tormenta liderada por enemigos externos. Sin embargo, el mayor riesgo a nuestra soberanía no se encuentra necesariamente en estos poderes de fuera, sino en una quinta columna de enemigos internos. Con el poder de prestar, vender y regalar nuestra soberanía de acuerdo a sus intereses.
Es irónico que EEUU justifique el afilar de sus colmillos imperialistas con la supuesta lucha contra los cárteles de la droga. Es indispensable recordar que el poder del crimen organizado en América Latina es un resultado directo de la injerencia de EEUU. Fueron las agencias de inteligencia y seguridad americanas las que incentivaron y armaron a los cárteles para alimentar el aventurismo imperial de EEUU, de la misma forma que lo ha hecho con organizaciones como el Talibán.
Si bien la Presidenta de México y su grupo político han señalado que “La soberanía nacional no se negocia”, en la práctica la han entregado más tajantemente que muchos otros gobiernos. Desde la permisión de la entrada de tropas estadounidenses al territorio nacional el año pasado, hasta mentir descaradamente para encubrir violaciones a nuestro espacio aéreo, el gobierno actual no sólo es incapaz de proteger a la nación, sino que es cómplice en la expansión del brazo armado de EEUU en nuestro país.
No es una coincidencia que inmediatamente después de que la Presidenta se jactó de lograr posponer los aranceles de las importaciones mexicanas en EEUU, se presentaron una serie de acontecimientos sospechosos que dan a conocer las condiciones secretas y problemáticas de este acuerdo. Formalmente la Presidenta señaló que una de las condiciones del acuerdo era enviar tropas a la frontera norte para limitar la migración, sin embargó, los vuelos ilegales de aviones americanos en el espacio aéreo nacional implican “otros datos”

En esta captura de pantalla de la aplicación FlightRadar24, que emplea información pública de todas las aeronaves en el mundo, muestra a un BOEING RC-134 perteneciente a la Fuerza Aérea de los Estados Unidos (USAAF) sobrevolando el espacio aéreo entre La Paz y Culiacán, habiendo previamente recorrido la mitad del Golfo de California, llegando a la altura de la ciudad de Guaymas, Sonora.
Sobre este incidente, tanto la SEDENA y la Presidenta de la República señalaron que el avión transitó “espacio aéreo internacional”, sin embargo, los datos de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, a través de los Servicios a la Navegación en el Espacio Aéreo Mexicano (SENEAM) prueban que el Ejército y la Presidenta mintieron en sus declaraciones, y que el avión de la Fuerza Aérea de los EEUU efectivamente violó el espacio aéreo nacional y la zona exclusiva económica mexicana.
A partir de este incidente, la permisión de entrada de tropas de EEUU al país, y la disonancia entre las palabras del Gobierno y la realidad, nos demuestran que tal vez el mayor riesgo a nuestra soberanía nacional no se encuentra necesariamente sólo en Donald Trump, sino en quienes están dispuestos a abrirle la puerta.

LAS FALSAS LIBERTADES DEL MUNDO OCCIDENTAL
Ricardo Fuentes Lecuona - Editor General
En el mundo occidental liberal, la libertad es un concepto venerado, un ideal que se esgrime como estandarte de progreso y civilización. Sin embargo, detrás de esta retórica se esconde una realidad incómoda: la noción de libertad que se promueve es, en gran medida, una ilusión. Una ilusión que beneficia a las clases dominantes mientras perpetúa la explotación de las clases trabajadoras y del Sur global. La verdadera libertad no puede existir en un mundo donde millones de personas padecen hambre, carecen de hogar, viven en la precariedad y son excluidas de los beneficios del sistema que supuestamente los libera.
La libertad que el mundo occidental liberal celebra es, en esencia, una libertad condicionada. Es la libertad de elegir entre opciones limitadas, dentro de un sistema que prioriza el beneficio económico sobre el bienestar humano. Se nos dice que somos libres porque podemos votar, porque podemos expresar nuestras opiniones o porque podemos consumir. Pero ¿de qué sirve la libertad de expresión si no hay acceso a una educación que permita formar una opinión informada? ¿De qué sirve la libertad de consumo si el trabajador hornea una barra de pan para poder costearse una rebanada?
La libertad que el mundo occidental liberal promueve es, en última instancia, la libertad de la clase gobernante para hacer y deshacer reglas a su antojo. Es la libertad de las corporaciones para explotar los recursos naturales del Sur global, la libertad de los mercados para imponer condiciones laborales precarias, y la libertad de los gobiernos para priorizar los intereses de las élites sobre las necesidades de la mayoría.
Esta "libertad" no es más que un eufemismo para la impunidad. Es la libertad de contaminar el medio ambiente, de evadir impuestos, de desmantelar servicios públicos y de privatizar bienes comunes. Es la libertad de explotar a las clases trabajadoras, mientras se les vende la idea de que son partícipes de un sistema justo y equitativo.

Mientras tanto, para la mayoría de la población mundial, la libertad es un concepto abstracto y lejano. ¿Cómo puede alguien ser libre si no tiene acceso a alimentos, vivienda, salud o educación? ¿Cómo puede alguien ser libre si vive en constante incertidumbre económica, si trabaja largas horas por un salario que no le permite vivir dignamente, si es desplazado por conflictos armados o por el cambio climático?
La verdadera libertad no puede existir sin justicia social. No puede existir en un mundo donde la riqueza está tan desigualmente distribuida que el 1% de la población posee más que el 99% restante. No puede existir en un sistema que prioriza el crecimiento económico infinito sobre la sostenibilidad ambiental y el bienestar humano.
Para construir una libertad auténtica, es necesario cuestionar y transformar las estructuras de poder que perpetúan la desigualdad y la explotación. Esto implica reconocer que la libertad no es solo un derecho individual, sino también un derecho colectivo. Implica luchar por un sistema que garantice el acceso universal a los recursos básicos, que priorice el bienestar común sobre el beneficio privado, y que respete los límites ecológicos del planeta.
La verdadera libertad no puede ser alcanzada dentro de un sistema que se basa en la explotación de las mayorías para el beneficio de unas pocas élites. Requiere una redefinición radical de lo que significa ser libre, una que vaya más allá de las ilusiones del liberalismo occidental y que abrace la justicia, la equidad y la solidaridad como pilares fundamentales.
En última instancia, la libertad no es solo la ausencia de opresión, sino la presencia de condiciones que permitan a todas las personas vivir con dignidad. Y hasta que no enfrentemos las desigualdades estructurales que niegan esta dignidad a millones de personas, la libertad seguirá siendo una promesa vacía, un espejismo en el desierto de la injusticia global.
Nadie será libre mientras otro esté sometido.