La banalidad del "radical": Cómo Hannah Arendt se convirtió en la santa patrona de la contrarrevolución liberal.

La banalidad del "radical": Cómo Hannah Arendt se convirtió en la santa patrona de la contrarrevolución liberal.

LA BANALIDAD DEL “RADICAL”: CÓMO HANNAH ARENDT SE CONVIRTIÓ EN LA SANTA PATRONA DE LA CONTRARREVOLUCIÓN LIBERAL


No menos que la vida social misma, la academia autoproclamada como "radical" de hoy está permeada de reglas y prohibiciones no escritas. (...) Otra de estas reglas, en la última década, fue la elevación de Hannah Arendt a la categoría de autoridad intocable. - Slavoj Žižek

Hannah Arendt es la referencia perfecta para quienes buscan la apariencia del radicalismo sin los inconvenientes de la revolución. Celebrada por marxistas de planta, liberales de ONG y alguno que otro neoconservador, su obra ofrece la excusa definitiva: un vocabulario de "acción", "novedad" y "política" que es justo lo suficientemente subversivo como para halagar a la izquierda académica, pero *justo* lo suficientemente vago como para nunca amenazar al Capital. Es la filósofa del "status quo en crisis": la referencia ineludible cuando el sistema necesita *aparentar* autocrítica sin cambiar sustancialmente.

Al igual que la crítica de Zizek al "totalitarismo" como una palabra ideológica intimidante, conceptos de Arendt como "el derecho a tener derechos" y "el ámbito público" se han vaciado hasta convertirse en argumentos liberales, utilizados para condenar el fascismo en pasado, a la vez que justifican el imperialismo, el neoliberalismo, el colonialismo y las dictaduras del capital, de estilo bumerán foucaultiano actual. Su obra no es una herramienta de liberación, sino una máquina de blanqueamiento: toma el sangriento, hambriento y sudoroso caos de la historia y lo transforma en una discusión de seminario.

Por ejemplo, la “Banalidad del mal”, una tesis de suma relevancia para el estudio de las atrocidades cometidas durante y después del siglo XX, reduce el genocidio a un error en el desarrollo del pensamiento individual frente a las condiciones políticas y materiales que se presentan. Como resultado, los nazis se convierten en “burócratas indiferentes”, y no productos de un sistema, cosa que escuda al capitalismo y al imperialismo de su rol en atrocidades similares. Cuando los liberales modernos critican a nuestros nuevos tiranos institucionales de “no saber cómo funciona la política” (Trump, AMLO, etc) están haciendo una crítica accidentalista en la que el problema tienen que ser estos “malos liderazgos”, y en ningún momento puede originarse en la razón de sus preciadas “instituciones”.

El “espacio público” es aún peor. La glorificación de la ““““Democracia”””” Ateniense y del sistema de las polis griegas (al igual que de los ““““Revolucionarios”””” Estadounidenses es la imagen perfecta de la verdadera “radicalidad” de su escuela de pensamiento.

Esta obsesión con la falsa “política pura” ignora que ambos sistemas fueron construidos con la sangre y el sudor de la esclavitud. Que los griegos podían debatir todo el día en ágoras y togas limpias por que escavizaron a pueblos enteros para ejercer el trabajo de construir las ciudades en las que sus amos jugaban a hacer política. Lo mismo con la idealización del “constitucionalismo” “americano”, su preferencia por las revoluciones que se hacen en plenos parlamentarios y veneran hojas de papel sobre las que se hacen en las calles y le dan pan a los hambrientos es cínica.

1776 es una gran Revolución “constitucionalista” e “institucionalista” que en la realidad material mantuvó y reforzó la esclavitud y dio paso a la calamidad humanitaria que fue el destino manifiesto, pero 1789 y 1917 “fueron muy lejos”. ¿es coincidencia que esas revoluciones sí vieron por las condiciones materiales?

Es ridículo, su “espacio público” no es una marcha o una huelga liderada por las masas hambrientas; es una Ted Talk financiada por magnates sobre las masas hambirentas.

“ CUIDADO CON QUIENES CELEBRAN TODAS LAS REVOLUCIONES EN LA HISTORIA MIENTRAS ENFÁTICAMENTE ABOGAN EN CONTRA DE LA QUE VIENE .”

La perdurable fascinación del mundo académico por Hannah Arendt proviene de una peligrosa seducción intelectual: ofrece a los "radicales" la ilusión de profundidad sin la carga de un verdadero compromiso revolucionario. Sus meditaciones líricas sobre la "pluralidad" y los "nuevos comienzos" ofrecen una alternativa reconfortante, casi mística, a la cruda labor materialista de organizar cambios materialmente verdaderos.

Arendt es la solución intermedia perfecta: una pensadora que les permite criticar los excesos del fascismo y el capitalismo en términos teóricos elevados, sin salirse de los límites de la academia. Arendt es la filósofa de la pose radical, que permite a los "críticos" disentir sin tener que enfrentarse al incómodo hecho de que el verdadero cambio implica quebrar cosas y romper reglas.

Además, el desprecio de Arendt por las masas —su horror ante la "cuestión social", su desdén por la violencia revolucionaria— resuena con las propias inquietudes de la "izquierda" profesional-gerencial respecto a los movimientos populares.

Al priorizar la teorización de la política por encima de su práctica real, asegura a los intelectuales que su verdadero papel no es unirse a la lucha, sino interpretarla incesantemente desde una distancia segura. El resultado es un "radical" que puede citar "sobre la revolución" en un brindis, pero duda cuando se enfrenta a un problema real de abuso tiránico ante sus narices. El atractivo de Arendt, entonces, es el atractivo del radicalismo sin riesgo —una revolución que empieza y termina en el aula—.

El legado intelectual de Hannah Arendt no es un desafío al poder, sino una alianza con él: una desintoxicación teórica de la revolución, que la convierte en un espacio seguro para seminarios y artículos de opinión liberales. Su obra prospera en el ámbito académico no a pesar de sus evasiones políticas, sino gracias a ellas: halaga el deseo del académico de criticar el mundo sin ensuciarse las manos en el esfuerzo de transformarlo.

La tragedia no es que Arendt se equivocara respecto a Eichmann, los griegos, o las revoluciones en Francia y la URSS, sino que sus ideas se han convertido en un mecanismo disciplinario, una forma para que los llamados "radicales" se presenten como tales mientras se mantienen obedientes a las mismas estructuras a las que dicen oponerse.

Si la academia continúa venerando a Arendt acríticamente, seguirá siendo lo que se ha convertido cada vez más: un museo de la disidencia, donde se estudian revoluciones pero nunca se hacen, y donde la idea más peligrosa no es un llamado a las armas, sino una nota al pie sobre la "pluralidad".

La tarea ahora no solo es debatirla, sino escapar de ella: rechazar la tentación de una política que empieza y termina en la interpretación, y recuperar las tradiciones poco caballerosas, poco académicas y altamente efectivas que ella despreciaba.

Estamos interpretando el mundo demasiado de nuevo; el objetivo era cambiarlo: una lección que los admiradores de Arendt llevan décadas intentando desaprender y desenseñar.